Me despedí de mi abuela y me pidió lo que siempre pide mi abuela. Pero esta vez me encontró divertida e insolente. Y tras una frase simpática, desobedecí su pedido y me fui.
Todo fue alegre: el pedido, la negativa y la despedida. Alegre hasta que dejó de serlo, porque nunca imaginé lo que iba a pasar. Pero sobre todo, porque jamás en el confín de este y todos los mundos será divertido aprender por el error, sabiéndonos merecedores de un “te lo dije” (aunque nadie se entere y nadie lo diga).